Ay, Barcelona. Con tantos enamorados como detractores, la acusan de ser un parque temático para turistas, de ser un ejemplo de gentrificación, de ser marketera y poco auténtica.Poderosa, contradictoria como todas, húmeda, capaz de ser la más Top y la más arrabalera, la ciudad siempre está dispuesta a debatir sobre sí misma porque es capaz de hacer hasta del “odio Barcelona” una marca más. Recopilamos unas cuantas cosas que hay que hacer en ella para amarla.....
1. Subir a las baterías antiaéreas del Turó de la Rovira, el penúltimo punto fuera de los circuitos habituales en ser conquistado por los turistas.
2. Deleitarse con las vistas, trasladarse a la guerra civil, avistar mentalmente aviones fascistas sobre la ciudad y pensar en lo inútiles que eran esos cañones porque su alcance no era suficiente y muchas veces terminaban bombardeando los edificios que tenían que defender.
3. Dar un salto de un par de décadas en ese mismo lugar y trasladarse al barraquismo que comenzó en los años 50 contemplando los restos bien visibles de las viviendas que se construyeron al abrigo de los restos de las baterías.
4. Combatir el frío de una tarde invernal tomando chocolate desfeta en la calle Petritxol, por ejemplo en la Pallaresa.
5. Combatir el calor de una tarde de verano tomando una horchata casera de la horchatería Sirvent.
6. Acordarte de Carpanta contemplando los pollos giratorios del histórico restaurante Los Caracoles de Escudellers.
7. Pasear los domingos por un L’Eixample vacío y sentirte como en un escenario postapocalíptico.
8. Comprobar que la especulación inmobiliaria no es ninguna novedad contando los“sombreretes de Porcioles” (añadidos de pisos levantados a partir de los 60 sobre las azoteas de construcciones anteriores) que coronan muchos edificios del Eixample.
9. Ir a una fiesta en algún almacén semiabandonado del Poble Nou y pensar durante un momento que estás en Berlín.
10. Comprobar que las patatas bravas del Tomás bien merecen su fama.
2. Deleitarse con las vistas, trasladarse a la guerra civil, avistar mentalmente aviones fascistas sobre la ciudad y pensar en lo inútiles que eran esos cañones porque su alcance no era suficiente y muchas veces terminaban bombardeando los edificios que tenían que defender.
3. Dar un salto de un par de décadas en ese mismo lugar y trasladarse al barraquismo que comenzó en los años 50 contemplando los restos bien visibles de las viviendas que se construyeron al abrigo de los restos de las baterías.
4. Combatir el frío de una tarde invernal tomando chocolate desfeta en la calle Petritxol, por ejemplo en la Pallaresa.
5. Combatir el calor de una tarde de verano tomando una horchata casera de la horchatería Sirvent.
6. Acordarte de Carpanta contemplando los pollos giratorios del histórico restaurante Los Caracoles de Escudellers.
7. Pasear los domingos por un L’Eixample vacío y sentirte como en un escenario postapocalíptico.
8. Comprobar que la especulación inmobiliaria no es ninguna novedad contando los“sombreretes de Porcioles” (añadidos de pisos levantados a partir de los 60 sobre las azoteas de construcciones anteriores) que coronan muchos edificios del Eixample.
9. Ir a una fiesta en algún almacén semiabandonado del Poble Nou y pensar durante un momento que estás en Berlín.
10. Comprobar que las patatas bravas del Tomás bien merecen su fama.
Simetría de altura en el Eixample.
11. Pensar “¡Qué ironía!” “¡Qué amarga jugarreta de la historia!” delante de las cámaras de videovigilancia de la plaza de George Orwell, las primeras instaladas en la ciudad.
12. Hacerte “los otros Gaudís”: el exterior de la casa Vicens en la calle Carolines y el colegio de las Teresianas.
13. Cantar “en un andén de la estación, bajo el sol abrasador” en los bancos curvilíneos del Parque Güell.
14. Que te dé un pasmo de belleza arquitectónica-naturalista en el interior de la Sagrada Familia con sus columnas-árboles y su uso de la luz.
15. Subir al castillo de Montjuïc.
16. Bajar de la montaña mágica haciendo paradas en la Fundación Miró, los jardines deMossèn Verdaguer, el Teatre Grec o el MNAC.
17. Evocar el cuadro “la lección de anatomía” en el anfiteatro de la Real Academia de Medicina, donde la disección de cadáveres (como hoy) estaba a la orden del día.
18. Contar los tomates de los huertos urbanos situados en los lugares más insospechados.
19. Ir a tomar el vermut el domingo por la mañana a una bodega que lleve cuarenta años sin haber sido redecorada (advertencia: con la magia de Internet puede que cuando usted esté leyendo esto tomar el vermut haya quedado desfasado y lo que se lleve sea de nuevo tomar absenta o levantarse temprano para jugar a la petanca).
12. Hacerte “los otros Gaudís”: el exterior de la casa Vicens en la calle Carolines y el colegio de las Teresianas.
13. Cantar “en un andén de la estación, bajo el sol abrasador” en los bancos curvilíneos del Parque Güell.
14. Que te dé un pasmo de belleza arquitectónica-naturalista en el interior de la Sagrada Familia con sus columnas-árboles y su uso de la luz.
15. Subir al castillo de Montjuïc.
16. Bajar de la montaña mágica haciendo paradas en la Fundación Miró, los jardines deMossèn Verdaguer, el Teatre Grec o el MNAC.
17. Evocar el cuadro “la lección de anatomía” en el anfiteatro de la Real Academia de Medicina, donde la disección de cadáveres (como hoy) estaba a la orden del día.
18. Contar los tomates de los huertos urbanos situados en los lugares más insospechados.
19. Ir a tomar el vermut el domingo por la mañana a una bodega que lleve cuarenta años sin haber sido redecorada (advertencia: con la magia de Internet puede que cuando usted esté leyendo esto tomar el vermut haya quedado desfasado y lo que se lleve sea de nuevo tomar absenta o levantarse temprano para jugar a la petanca).
20. Imbuirse del espíritu romántico y un poco chiflado de un burgués creativo de pro en el Jardín de la Tamarita.
Las bravas del Tomás
21. Imitar a David Bustamante en el videoclip que grabó en el parque del laberinto de Horta.
22. Si le tienes tirria, imitar a Ben Wishaw en El perfume.
23. En navidades, visitar un mercadillo de Santa Llúcia (el de la Catedral o el de Sagrada familia) y ceder a las tradiciones escatológicas comprando un tió o un caganer.
24. Asistir a un concierto en el Palau de la Música. La programación es tan variada que es imposible no encontrar algo a tu gusto.
25. Evocar el caso de corrupción destapado hace unos años en su seno mientras se está acomodado en sus butacas.
26. Premiar los establecimientos de las Ramblas que todavía no se han convertido en tiendas de recuerdos o trampas para turistas: tomar un café en el Ópera o comer en el Centro Gallego.
27. Sentirte turista old school y démodé en el Poble Espanyol o el Parque de atracciones del Tibidabo. Aquí son imprescindibles los autómatas y el avión.
28. Ponerte cabaretero y asistir a un espectáculo de revista en el Molino.
29. Caer en la tentación del dulce unas cuantas veces: las pastelerías acechan en cada momento y Escribà, Foix de Sarrià, Hofmann, Bubó, Canal, Turris o La Farga saben cómo conquistarte para siempre.
30. Empaparse de la primera obra de Picasso y de paso sorprenderse de la amplitud y solidez de los palacios medievales en el Museo Picasso.
22. Si le tienes tirria, imitar a Ben Wishaw en El perfume.
23. En navidades, visitar un mercadillo de Santa Llúcia (el de la Catedral o el de Sagrada familia) y ceder a las tradiciones escatológicas comprando un tió o un caganer.
24. Asistir a un concierto en el Palau de la Música. La programación es tan variada que es imposible no encontrar algo a tu gusto.
25. Evocar el caso de corrupción destapado hace unos años en su seno mientras se está acomodado en sus butacas.
26. Premiar los establecimientos de las Ramblas que todavía no se han convertido en tiendas de recuerdos o trampas para turistas: tomar un café en el Ópera o comer en el Centro Gallego.
27. Sentirte turista old school y démodé en el Poble Espanyol o el Parque de atracciones del Tibidabo. Aquí son imprescindibles los autómatas y el avión.
28. Ponerte cabaretero y asistir a un espectáculo de revista en el Molino.
29. Caer en la tentación del dulce unas cuantas veces: las pastelerías acechan en cada momento y Escribà, Foix de Sarrià, Hofmann, Bubó, Canal, Turris o La Farga saben cómo conquistarte para siempre.
30. Empaparse de la primera obra de Picasso y de paso sorprenderse de la amplitud y solidez de los palacios medievales en el Museo Picasso.
Quedarse anonadado en el interior de la Sagrada Familia
31. Reservar mesa con mucha antelación para disfrutar de las experiencias gastronómicas únicas del Tickets, de su hijo predilecto el 41º o del Dos Cielos.
32. Experimentar la estrechez de vivir en un gueto recorriendo las calles del call en el corazón del gótico.
33. Rememora el pogromo que en 1391 acabó con su población judía a base de conversiones forzosas y matanzas.
34. Reivindicar la ciudad más underground, más inclasificable, menos domesticable, menos pos’t guapa, más “Toni Rovira y tú” en El rincón del artista, en O' Barquiño o colándote en el Kentucky a horas intempestivas.
35. Tomar de pie una cazalla en el Cazalla de Arc del Teatre. Sobrevivir.
36. Pensar en lo moderno y eterno que sigue siendo el trabajo de Mies van der Rohe en el pabellón alemán de la exposición universal de 1929.
37. Hacer una ruta literaria a tu medida: por ejemplo, recorrer toda la ciudad con La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza.
38. O el Borne con La catedral del mar de Idelfons Falcones.
39. O la calle Aribau con Nada.
40. O Bellvitge con Los mares del sur de Vázquez Montalbán.
41. O el Carmel con Últimas tardes con Teresa de Juan Marsé.
42. O (el exterior) de la cárcel Modelo con Fuga en la Modelo de Makoki.
Darse un homenaje en alguno de los restaurantes condales
43. Botar como un loco rodeado de guiris vestidos maravillosamente bien y maravillosamente mal en el Primavera Sound y en el Sonar.
44. Recordar los tiempos de canotier y polisón subiendo al Tramvía Blau, el tranvía de los señoritos de la zona alta de antaño (como los ferrocatas de entonces).
45. Constatar que el barrio chino de Joan Colom, de Makinavaja o de Jean Genet sigue existiendo en la calle Robadors y aledaños.
46. Sumergirte en las entrañas de la montaña de Montjuïc visitando el refugio antiaéreo de la Guerra Civil del Poble Sec.
47. Sobrecogerte con la reproducción del sonido de las alarmas y los bombardeos.
48. Esquivar skaters en la plaza del Macba.
49. Hacerte con un skate y unirte a ellos.
50. Esquivar turistas por la Rambla.
44. Recordar los tiempos de canotier y polisón subiendo al Tramvía Blau, el tranvía de los señoritos de la zona alta de antaño (como los ferrocatas de entonces).
45. Constatar que el barrio chino de Joan Colom, de Makinavaja o de Jean Genet sigue existiendo en la calle Robadors y aledaños.
46. Sumergirte en las entrañas de la montaña de Montjuïc visitando el refugio antiaéreo de la Guerra Civil del Poble Sec.
47. Sobrecogerte con la reproducción del sonido de las alarmas y los bombardeos.
48. Esquivar skaters en la plaza del Macba.
49. Hacerte con un skate y unirte a ellos.
50. Esquivar turistas por la Rambla.
El Once Canalla: Barcelona de Primavera (Sound)
51. Sacar tu orgullo de clase turista y sentarte en una terraza con una jarra de sangría o sacarle unas fotos a las estatuas vivientes de la parte baja de la Rambla, a los pies de Colón.
52. Visitar la reconstrucción del pabellón de la Segunda República para la exposición de París de 1937 e imaginarte el impacto de ver allí el Guernica por primera vez.
53. Ojiplatar como un niño ante el huevo mantenido en equilibrio en el chorro de una fuente que es l’ou com balla.
54. Ver el mar –tan cerca, tan lejos- reflejado en los espejos invertidos que hay en el patio del CCCB.
55. Cruzar la rambla del Raval pensando que es la mejor metáfora posible de Barcelona: proyectos urbanísticos llenos de polémica, bolsas de miseria conviviendo con restaurantes maravillosos, hoteles de lujo, sitios cutres, toneladas de historia, edificios oficiales como revulsivo y una vida propia que ni el ayuntamiento ni ninguna institución es capaz de controlar.
56. Sorprenderse ante una de las ciudades romanas mejor conservadas de Europa en el museo de Historia de la Ciudad en la plaza del Rei.
57. Rodar (en bici o en patines) sobre la cara más marítima de Barcelona recorriendo la costa desde el Hotel W hasta la playa de la Marbella.
58. Pensar en lo reciente que son esos paseos e imaginar la zona del Somorrostro cuando estaba llena de chabolas, los desaparecidos chiringuitos (todavía presentes en foto en el bar Electricidad) o la orografía de la costa cuando algunas playas sólo eran un sueño preolímpico.
59. Recorrer los soportales de la Plaza Real con alguna de las siguientes actividades: evocando la memoria de la tienda del taxidermista, haciendo cola para el Sidecar, en la terraza del Ocaña o subiendo al Pipas Club.
60. Visitar los pabellones modernistas del Hospital de Sant Pau intentando que no sea por algún motivo médico grave.
52. Visitar la reconstrucción del pabellón de la Segunda República para la exposición de París de 1937 e imaginarte el impacto de ver allí el Guernica por primera vez.
53. Ojiplatar como un niño ante el huevo mantenido en equilibrio en el chorro de una fuente que es l’ou com balla.
54. Ver el mar –tan cerca, tan lejos- reflejado en los espejos invertidos que hay en el patio del CCCB.
55. Cruzar la rambla del Raval pensando que es la mejor metáfora posible de Barcelona: proyectos urbanísticos llenos de polémica, bolsas de miseria conviviendo con restaurantes maravillosos, hoteles de lujo, sitios cutres, toneladas de historia, edificios oficiales como revulsivo y una vida propia que ni el ayuntamiento ni ninguna institución es capaz de controlar.
56. Sorprenderse ante una de las ciudades romanas mejor conservadas de Europa en el museo de Historia de la Ciudad en la plaza del Rei.
57. Rodar (en bici o en patines) sobre la cara más marítima de Barcelona recorriendo la costa desde el Hotel W hasta la playa de la Marbella.
58. Pensar en lo reciente que son esos paseos e imaginar la zona del Somorrostro cuando estaba llena de chabolas, los desaparecidos chiringuitos (todavía presentes en foto en el bar Electricidad) o la orografía de la costa cuando algunas playas sólo eran un sueño preolímpico.
59. Recorrer los soportales de la Plaza Real con alguna de las siguientes actividades: evocando la memoria de la tienda del taxidermista, haciendo cola para el Sidecar, en la terraza del Ocaña o subiendo al Pipas Club.
60. Visitar los pabellones modernistas del Hospital de Sant Pau intentando que no sea por algún motivo médico grave.
Ocaña, una terraza para vivirla a pie de calle
61. Recorrer Vía Laietana contando bancos sin olvidar que las grandes intervenciones en el espacio urbano son una cosa ya clásica.
62. Asistir a alguna función teatral. De los teatros de primer nivel del centro o del carrer Lleida a las más humildes salas underground, Barcelona tiene propuestas sobre las tablas para todos los gustos.
63. Cruzarse con los mozos y la policía en la Plaza de Sant Jaume, en el equilibrio de fuerzas entre la Generalitat y el Ayuntamiento.
64. Visitarlos por dentro y recordar cuando allí se proclamó la República en 1931.
65. Localizar la cara de piedra del carrer Carabassa y pensar si correspondían realmente a señalizaciones de los burdeles.
66. Curiosear, comprar y comer en algún mercado. No hay que quedarse en la Boquería:Santa Caterina, Sant Antoni en obras, el Ninot o la Abacería Central hacen guiñitos al amante de las grandes acumulaciones de comestibles.
67. Maravillarse ante las columnas romanas del templo de Augusto, escondidas en el Centro Excursionista del carrer Paradís.
68. Encontrar todavía muchos yugos y flechas (no los de los Reyes Católicos, los franquistas) en edificios de viviendas.
69. Elegir tu decoración de calle favorita en las fiestas de Gràcia. Reciclaje, imaginación ykitsch tomando las calles en la más esperada celebración del agosto urbano.
70. Encontrar resquicios del pasado industrial de la ciudad en La Espanya Industrial, el Poble Nou, La fábrica de Ricardo Bofill, el Caixa Forum o en las Tres chimeneas del Paralel.
62. Asistir a alguna función teatral. De los teatros de primer nivel del centro o del carrer Lleida a las más humildes salas underground, Barcelona tiene propuestas sobre las tablas para todos los gustos.
63. Cruzarse con los mozos y la policía en la Plaza de Sant Jaume, en el equilibrio de fuerzas entre la Generalitat y el Ayuntamiento.
64. Visitarlos por dentro y recordar cuando allí se proclamó la República en 1931.
65. Localizar la cara de piedra del carrer Carabassa y pensar si correspondían realmente a señalizaciones de los burdeles.
66. Curiosear, comprar y comer en algún mercado. No hay que quedarse en la Boquería:Santa Caterina, Sant Antoni en obras, el Ninot o la Abacería Central hacen guiñitos al amante de las grandes acumulaciones de comestibles.
67. Maravillarse ante las columnas romanas del templo de Augusto, escondidas en el Centro Excursionista del carrer Paradís.
68. Encontrar todavía muchos yugos y flechas (no los de los Reyes Católicos, los franquistas) en edificios de viviendas.
69. Elegir tu decoración de calle favorita en las fiestas de Gràcia. Reciclaje, imaginación ykitsch tomando las calles en la más esperada celebración del agosto urbano.
70. Encontrar resquicios del pasado industrial de la ciudad en La Espanya Industrial, el Poble Nou, La fábrica de Ricardo Bofill, el Caixa Forum o en las Tres chimeneas del Paralel.
La primavera, la playa altera
71. Localizar el torno de la Casa de la Misericordia en la que se abandonaban a los bebés no deseados en la plaza de Vicenç Martorell.
72. Organizar un picnic jipioso en la Ciudadela entre sobrevivientes del primer gran evento global de la ciudad: la exposición universal de 1898.
73. Entrar en el edificio neogótico de la Universidad (en la plaza del mismo nombre) y embelesarse en sus jardines.
74. Rendir tributo a los modernistas tomando el menú del día del muy rusiñolano Els Quatre Gats.
75. Rendir tributo a la gauche divine tomando una tortilla o una hamburguesa envuelto en la decoración más-pop-imposible de las paredes del Flash Flash.
76. Bañarse en el Mediterráneo. Aunque sólo sea para quejarse de lo sucia que está el agua y lo atestada que está la arena (que no lo está tanto).
77. Comprar una cerveza-beer a un latero en Ciutat Vella y que la saque, bien fresquita y apetitosa, de una alcantarilla.
78. Visitar el cementerio de Montjuïc, donde los muertos disfrutan de unas vistas envidiables.
79. Ir de compras como si no hubiera un mañana, los bolsillos más boyantes por Paseo de Gràcia, los vintage por Riera Baixa y los mainstream por Portal del Àngel.
72. Organizar un picnic jipioso en la Ciudadela entre sobrevivientes del primer gran evento global de la ciudad: la exposición universal de 1898.
73. Entrar en el edificio neogótico de la Universidad (en la plaza del mismo nombre) y embelesarse en sus jardines.
74. Rendir tributo a los modernistas tomando el menú del día del muy rusiñolano Els Quatre Gats.
75. Rendir tributo a la gauche divine tomando una tortilla o una hamburguesa envuelto en la decoración más-pop-imposible de las paredes del Flash Flash.
76. Bañarse en el Mediterráneo. Aunque sólo sea para quejarse de lo sucia que está el agua y lo atestada que está la arena (que no lo está tanto).
77. Comprar una cerveza-beer a un latero en Ciutat Vella y que la saque, bien fresquita y apetitosa, de una alcantarilla.
78. Visitar el cementerio de Montjuïc, donde los muertos disfrutan de unas vistas envidiables.
79. Ir de compras como si no hubiera un mañana, los bolsillos más boyantes por Paseo de Gràcia, los vintage por Riera Baixa y los mainstream por Portal del Àngel.
El blanco interior de Flash Flash.
80. Descubrir el penúltimo barrio de moda: Sant Antoni in general y todo lo que orbite en torno a la calle Parlament en particular.
81. Pegar la frente a los portales del Eixample que estén cerrados buscando curvas y flores modernistas en su interior.
82. Sobrecogerse ante las paredes heridas de metralla de los bombardeos de la Guerra Civil (sí, de nuevo) de la plaza de Sant Felipe Neri.
83. Visitar la plaza de Glòries antes de las obras que la transformen definitivamente (o no).
84. Uno de los iconos del skyline contemporáneo, la torre Agbar, permanecerá tal cual.
85. Contemplar la llama del fossar de les moreres, en honor de los caídos de otro 11 de septiembre (el de 1714) para la Historia.
86. Conocer los tres Quimets históricos: aperitivear en el Quimet i Quimet del Poble Sec, otro tanto en el de Gràcia y flipar con los bocadillos del Quimet de Horta.
87. Tomarte un cacaolat en el lugar donde se inventó: la granja Viader.
88. Disfrutar de las vistas inacabables de la ciudad en una ciudad rebosante de buenas vistas.Desde el Tibidabo, desde Montjuic, o desde alguna de las terrazas de hoteles más molonas y elegantes (el W, el Arts, el Mandarín, el DO, el 1898, el Meliá Sky, el Barceló Raval, el Clarís, elGrand Hotel Central, el Majestic...).
89. Recorrer las Barcelonas históricas posibles que el poder nunca reinvindicará en un folleto turístico: la Jamància que atacó la odiada Ciutadella, las primigenias revueltas obreras en la calle Tallers, el anarquismo de la bomba del Liceu, la semana trágica de 1909 que quemó conventos y levantó barricadas por toda la ciudad, los escenarios del movimiento okupa que sobreviven por toda la ciudad…
90. Perderse horas en la librería en un convento desacralizado en La Central del Raval.
81. Pegar la frente a los portales del Eixample que estén cerrados buscando curvas y flores modernistas en su interior.
82. Sobrecogerse ante las paredes heridas de metralla de los bombardeos de la Guerra Civil (sí, de nuevo) de la plaza de Sant Felipe Neri.
83. Visitar la plaza de Glòries antes de las obras que la transformen definitivamente (o no).
84. Uno de los iconos del skyline contemporáneo, la torre Agbar, permanecerá tal cual.
85. Contemplar la llama del fossar de les moreres, en honor de los caídos de otro 11 de septiembre (el de 1714) para la Historia.
86. Conocer los tres Quimets históricos: aperitivear en el Quimet i Quimet del Poble Sec, otro tanto en el de Gràcia y flipar con los bocadillos del Quimet de Horta.
87. Tomarte un cacaolat en el lugar donde se inventó: la granja Viader.
88. Disfrutar de las vistas inacabables de la ciudad en una ciudad rebosante de buenas vistas.Desde el Tibidabo, desde Montjuic, o desde alguna de las terrazas de hoteles más molonas y elegantes (el W, el Arts, el Mandarín, el DO, el 1898, el Meliá Sky, el Barceló Raval, el Clarís, elGrand Hotel Central, el Majestic...).
89. Recorrer las Barcelonas históricas posibles que el poder nunca reinvindicará en un folleto turístico: la Jamància que atacó la odiada Ciutadella, las primigenias revueltas obreras en la calle Tallers, el anarquismo de la bomba del Liceu, la semana trágica de 1909 que quemó conventos y levantó barricadas por toda la ciudad, los escenarios del movimiento okupa que sobreviven por toda la ciudad…
90. Perderse horas en la librería en un convento desacralizado en La Central del Raval.
Un 'gherkin' a la barcelonesa para despedir el año.
91. Quedar con alguien en el Zurich de Plaza Catalunya, una tradición al nivel de beber de la fuente de Canaletas.
92. Recorrer todas las plazas del barrio de Gràcia hasta dar con la favorita. De la Virreina al Raspall, hay un emocionante mundo de posibilidades.
93. Unirse a alguno de los grupos que bailan sardana los fines de semana en la Plaza de la Catedral o de Sant Jaume. O mirarlos desde una distancia prudencial.
94. Cantar, según las circunstancias, 'Barcelona', 'El Cadillac solitario', 'Barcelona i jo', 'Amigos para siempre', 'La Rumba de Barcelona', 'La Font del gat' o 'Senegal me agarra'.
95. Empaparse del ambiente previo a un partido de fútbol en los aledaños del Camp Nou, perdiendo la cuenta de las camisetas de Messi. Cuidado, depende la hora la cosa puede ponerse un poco Todo sobre mi madre.
96. Ir un domingo por la mañana al mercat de Sant Antoni a intercambiar cromos o curiosear entre libros y revistas de viejo.
97. Elaborar tu propia lista de restaurantes favoritos visitando alguno de los que ya hemos hablado aquí. Tener los ojos muy abiertos; la escena culinaria, a varios niveles, da un poco de vértigo. Si no se quiere ni intentar estar a la última, visítese Can Culleretes y el 7 portes, los restaurantes más antiguos de la ciudad que gozan de tan buena salud como cualquiera de los recién llegados.
98. Seguir el trazado de las murallas en torno a la catedral o en la parte baja del Paralel.
99. Pensar en la expansión brutal que vivió la ciudad cuando decidió derrocarlas.
100. Decir “Barcelona es una ciudad muy cosmopolita” en medio de un concierto lleno de hindúes o paquistaníes en las fiestas del Raval.
101. Enmudecer de deslumbramiento ante la belleza en algunos puntos al azar: los Jardinets de Gràcia, plaza de Espanya al atardecer con las luces del Mnac encendiéndose, el paseo marítimo en invierno con poca gente, el cruce de paseo de Sant Joan con Diagonal, llegar a Allada Vermell, bajar Enric Granados, la ciudad vista desde el cielo cuando los aviones hacen esa curva para aterrizar. Quedarse sin aliento.
102. Elegir tu mansión favorita (ocupada por una clínica, un consulado o un colegio) de Avenida del Tibidabo.
103. Evocar los tiempos (muy muy lejanos) en los que el Raval era una zona de descampados, huertos y solares extramuros en la iglesia de Sant Pau del Camp.
104. Hacer vida de barrio: del centro a la periferia, de Hostafrancs a Sant Martí, de la Barceloneta a Horta, sentarse en una terraza y contemplar la vida en ebullición, donde el concepto “sin adulterar” queda desterrado porque todo es un maravilloso cambio constante que indica que la ciudad está viva. Pese a lo malo, pese a todos, pese a sí misma, Barcelona.
92. Recorrer todas las plazas del barrio de Gràcia hasta dar con la favorita. De la Virreina al Raspall, hay un emocionante mundo de posibilidades.
93. Unirse a alguno de los grupos que bailan sardana los fines de semana en la Plaza de la Catedral o de Sant Jaume. O mirarlos desde una distancia prudencial.
94. Cantar, según las circunstancias, 'Barcelona', 'El Cadillac solitario', 'Barcelona i jo', 'Amigos para siempre', 'La Rumba de Barcelona', 'La Font del gat' o 'Senegal me agarra'.
95. Empaparse del ambiente previo a un partido de fútbol en los aledaños del Camp Nou, perdiendo la cuenta de las camisetas de Messi. Cuidado, depende la hora la cosa puede ponerse un poco Todo sobre mi madre.
96. Ir un domingo por la mañana al mercat de Sant Antoni a intercambiar cromos o curiosear entre libros y revistas de viejo.
97. Elaborar tu propia lista de restaurantes favoritos visitando alguno de los que ya hemos hablado aquí. Tener los ojos muy abiertos; la escena culinaria, a varios niveles, da un poco de vértigo. Si no se quiere ni intentar estar a la última, visítese Can Culleretes y el 7 portes, los restaurantes más antiguos de la ciudad que gozan de tan buena salud como cualquiera de los recién llegados.
98. Seguir el trazado de las murallas en torno a la catedral o en la parte baja del Paralel.
99. Pensar en la expansión brutal que vivió la ciudad cuando decidió derrocarlas.
100. Decir “Barcelona es una ciudad muy cosmopolita” en medio de un concierto lleno de hindúes o paquistaníes en las fiestas del Raval.
101. Enmudecer de deslumbramiento ante la belleza en algunos puntos al azar: los Jardinets de Gràcia, plaza de Espanya al atardecer con las luces del Mnac encendiéndose, el paseo marítimo en invierno con poca gente, el cruce de paseo de Sant Joan con Diagonal, llegar a Allada Vermell, bajar Enric Granados, la ciudad vista desde el cielo cuando los aviones hacen esa curva para aterrizar. Quedarse sin aliento.
102. Elegir tu mansión favorita (ocupada por una clínica, un consulado o un colegio) de Avenida del Tibidabo.
103. Evocar los tiempos (muy muy lejanos) en los que el Raval era una zona de descampados, huertos y solares extramuros en la iglesia de Sant Pau del Camp.
104. Hacer vida de barrio: del centro a la periferia, de Hostafrancs a Sant Martí, de la Barceloneta a Horta, sentarse en una terraza y contemplar la vida en ebullición, donde el concepto “sin adulterar” queda desterrado porque todo es un maravilloso cambio constante que indica que la ciudad está viva. Pese a lo malo, pese a todos, pese a sí misma, Barcelona.
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